En Quito, niñas y adolescentes enfrentan su menstruación entre el miedo, el estigma y la desinformación. Las aulas no enseñan, los hogares no hablan, y el sistema es muy indiferente a lo que sucede. Este reportaje recorre vivencia, que se sabe y que no sobre el período, sus ciclos, emociones y saberes ancestrales. Porque hablar de menstruación no debería ser un acto de valentía, pero todavía lo es.
“Mi primera menstruación fue a los 10 años, jugando en la calle de mi casa. Me manché, vi rojo, no sabía qué estaba pasando. Asustada, corrí para preguntarle a mi abuela — era la única que estaba en casa, además de mi hermana menor porque nuestra madre trabajaba todo el día—. Lo único que me supo decir es que a todas nos pasa y que me ponga una toalla. Yo no sabía qué era eso ni cómo se ponía.” —Mabell Alcívar, 25 años.
Las palabras de Mabell son las de muchas otras niñas que vivieron su primer sangrado como si algo se rompiera dentro de ellas, con una mancha fuera de lugar. No hubo explicaciones. Apenas una reacción rápida para esconder lo que estaba pasando. A pesar de los años, el recuerdo sigue ahí. Porque cuando la menstruación llega sin aviso, la experiencia se convierte en un suceso complicado de entender y se puede considerar muchas veces traumático.
En Quito, niñas como Mabell siguen creciendo entre incógnitas y silencios. Este tabú ha ido disminuyendo con el tiempo, pero aún no tiene la atención requerida. La lucha para tener una salud menstrual digna debe seguir en pie, para que las nuevas generaciones no tengan miedo de sangrar ni de llevar una toalla en mano para cambiarse en los baños. Lo más preocupante es que no existe información oficial clara sobre esta realidad, ni siquiera datos precisos sobre cuántas personas menstruantes hay en el país.
En 2021, la asambleísta Johanna Moreira propuso laLey de Salud e Higiene Menstrual, con el fin de garantizar una menstruación digna mediante la entrega gratuita de productos menstruales en instituciones educativas, centros de salud y cárceles, además de incorporar educación menstrual y promover el uso de productos sostenibles como las copas. Aunque no prosperó, este intento marcó un precedente en la discusión sobre salud menstrual en Ecuador y visibilizó la urgencia de políticas públicas integrales en este ámbito.
La ginecóloga Diana Verdezoto señala que uno de los principales desafíos en torno a la salud menstrual es el desconocimiento y la vergüenza que muchas madres y padres sienten al hablar del tema con sus hijas e hijos. Sin embargo, destaca como un avance positivo que ya se están realizando charlas educativas en varias instituciones, lo cual permite que las niñas y adolescentes accedan a información confiable y pierdan el miedo.
«El verdadero mito es la falta de conocimiento que tenemos, y el hecho de que muchos padres sientan vergüenza de hablar con sus hijos. Si ese es el caso, tráiganlos a consulta con un ginecólogo o ginecóloga. Nosotros podemos ayudarles a conversar y resolver sus dudas», afirma.
A esta información se suma el trabajo de laAsociación Ecuatoriana Contra la Endometriosis (AELCE – SA), que no solo busca visibilizar la enfermedad, sino también impulsar acciones políticas concretas. La organización enfatiza la necesidad de contar con un respaldo para las mujeres que viven con endometriosis, ya que los dolores que enfrentan suelen ser mucho más fuertes que un cólico común. Lo que se busca es que se la reconozca como una enfermedad catastrófica.
El dolor menstrual es una de las tantas manifestaciones invisibles de una experiencia que ha sido silenciada por generaciones. No hay licencia, no hay descanso, no hay entendimiento. En cambio, hay una obligación que la mujer debe cumplir, el de resistir, de no quejarse, de seguir adelante.
Según el ultimoCenso de 2022 Ecuador tiene 16.938.986 habitantes, de las cuales 8.686.463 son mujeres. La mayoría de la población del país, ellas han aprendido a convivir con ese dolor como si fuera una parte natural de la vida. No solo el físico ese que se punza en el vientre, que aplasta la espalda, que baja hasta las piernas y sentir que no puedes caminar, sino también el emocional. Porque la menstruación no solo llega con sangre, sino con cambios hormonales, insomnio, llanto sin ninguna causa, cansancio extremo. Pero, al no ser visible, no se valida. Y si no se valida, no existe.
“A mí nunca me explicaron que el dolor debía ser chequeado, me dijeron que era normal, que me aguante. Que si lloraba era porque estaba con el mes, no porque tuviera una razón real”, cuenta Mabell Alcívar.
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Casi la mitad de la población menstrúa, y sin embargo la conversación se mantiene básica, médica y limitada. La vida cotidiana se organiza alrededor del ciclo: cambia la alimentación, el sueño, las relaciones. Pero todo se hace en silencio.
La psicóloga menstrual María Laura Ruiz señala que, al trabajar con mujeres desde esta perspectiva, ha comprendido que no existe una única historia sobre el ciclo menstrual ovulatorio. Cada cuerpo tiene su propia versión, y esa versión narra también el contexto en el que habita. Por eso, no hay una forma correcta de menstruar, ni una forma única de vivir la menstruación. Se puede entender el ciclo, sí, pero siempre desde el cuerpo situado en un territorio. Es decir, en una historia o en una vivencia particular.
Imagen Crédito Cortesía: María Laura Ruíz
Desde la medicina ginecológica también se ha insistido en que el dolor no siempre es normal. Existen diagnósticos como dismenorrea, endometriosis, miomas, entre otros, que requieren atención. Pero acceder a un diagnóstico no es fácil. Hay desinformación, prejuicios y un sistema de salud que minimiza el dolor femenino. Muchas mujeres se resignan, se acostumbran y se toman pastillas. Lo invisible también duele. Pero también enseña, si se lo deja existir.
lo largo del ciclo menstrual no solo cambia el cuerpo, también lo hacen las emociones, los pensamientos y la energía vital. El libroEl camino de las 8 lunas, de María Alexandra Proaño Chiriboga, invita a reconocer estas transformaciones como parte de una sabiduría cíclica que puede ayudarnos a comprendernos mejor.
Una de las herramientas que ha empleado en sus procesos terapéuticos es el uso de los arquetipos menstruales. Inspirados en figuras de Miranda Gray como la doncella, la madre, la hechicera y la anciana, estos arquetipos permiten entender que el ciclo no es solo biológico, sino simbólico. Nombrarlas ayuda a conocerse. Conocerse, a cuidarse. Y cuidarse, a sufrir menos. Pero este conocimiento no se enseña en casa ni en la escuela.
En el aula, la menstruación no tiene un sitio. Está presente en los cuerpos de muchas estudiantes, pero rara vez se menciona con nombre propio. Suele conocerse como «el periodo», «la regla» o «Andrés, el que llega cada mes». Las clases de Ciencias Naturales hablan de óvulos, de fecundación, de órganos, pero no de la menstruación tal como se vive: con dudas, manchas, dolores o miedo. Esa experiencia queda fuera del contenido, del pizarrón y de la conversación. Se reduce a “un sangrado” o ni siquiera se menciona.
«En el colegio sí me enseñaron, pero muy poco. Aprendí más porque mi mami me explicó. En el colegio donde estoy ahora, no nos han enseñado nada», dice Camila, de 16 años.
o que no se enseña, se aprende por ensayo o error. En susurros. Las adolescentes intercambian consejos de banquita en banquita, se preguntan si lo que sienten es “normal” o si deberían ir al médico. En Quito, varias chicas coinciden en que los espacios educativos no preparan para la menstruación. Cuando el tema aparece, suele serfrío o moralizante. Las dudas reales cómo poner una toalla, qué hacer si hay dolor, cómo manejar una mancha se aprenden en la práctica o nunca.